Sola, aterrada, muerta de frío; no había salida. Era esas mujeres vestidas de negro que esperaban las penurias de una tempestad, razón de otro miserable gusano entre los pobres. Pudiera ser que las rocas le susurrarían canciones de otro mundo y pareciese que se le podría devolver la esperanza sin provocar la muerte que siempre lograba sobrevivir aquel león sonriente y enamorado, enfurecido, torturador, y únicamente experto, que finge a su antojo, que cae desplomado hasta las heridas.

Ella se estremecía, temblaba, daba vueltas sin conseguir solución.

Pero él podría regresar, nunca lo dejarían.


Del libro Contra el viento pág. 192

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