Abandoné el fracaso. Continuamente volé por casi todo el mundo, puedo reconocer al primer vistazo la oscuridad de la noche. Es así como he vivido, siempre con la misma respuesta: solo, sin nadie. Del libro El Principito Pág. 13
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Evidentemente, somos los últimos retoños cotidianos con vivos deseos de llorar. Creía que evadirse una migración de mañanas deshollinaba la ausencia de reproches y un poco lo melancólico. – aprovechó aquella dulce calma, dijo por fin – Pero trata de ser feliz ¡Uno nunca sabe! Del libro El Principito Pág. 38
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Verdaderamente, cuando lo vio, no se atrevía a confesarse ¡Le había fascinado! Exhaló un profundo suspiro y dijo para sí “Éste es el único de los lugares en que se encuentran las puestas de sol”. Echó un vistazo alrededor; no había desierto, exclamó: ¡Caramba! Y hay espacio para los dos. Del libro El Principito Pág. 57
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Sola, aterrada, muerta de frío; no había salida. Era esas mujeres vestidas de negro que esperaban las penurias de una tempestad, razón de otro miserable gusano entre los pobres. Pudiera ser que las rocas le susurrarían canciones de otro mundo y pareciese que se le podría devolver la esperanza sin provocar la muerte que siempre lograba sobrevivir aquel león sonriente y enamorado, enfurecido, torturador, y únicamente experto, que finge a su antojo, que cae desplomado hasta las heridas. Ella se estremecía, temblaba, daba vueltas sin conseguir solución. Pero él podría regresar, nunca lo dejarían. Del libro Contra el viento pág. 192
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Algún libro se encargaba de pagar sus caprichos, cuidarla y arreglárselas para hacer que se conformarse con sobrevivir apenas a la resignación. Ella tan sólo se permitía pequeños lujos como la esperanza, siempre con el corazón agitado por esa posibilidad: la llegada de un amigo. Del libro Contra el viento Pág. 93